viernes, 13 de noviembre de 2009

Lo mejor que podría pasarme


Yo tenía 6 o 7 años y mis padres me habían comprado para clase un tubo de pegamento, tal y como decía la lista que nos había dado la profe. Era el típico pegamento cilíndrico de tapa naranja, pensado para pegar papel. Pero varias niñas de la clase tenían un pegamento muy bonito, líquido, en un bote transparente con florecillas. Y el líquido era azul con puntitos rosas. ¡Era precioso!

Yo quería el pegamento rosa. Necesitaba el pegamento azul y rosa. Mi madre me dijo que ni hablar. Yo ya tenía un pegamento, pero sobre todo, el pegamento azul era malo. No estaba pensado para papel, no pegaría bien, no duraría, se salía y se pegaba a las manos.

Pero ¿a mí que me importaba todo eso? ¡Tenía 6 años! Yo sólo sabía que el pegamento rosa era lo mejor para mí. Que las niñas que lo tenían eran mucho más felices que yo.

Mis padres todopoderosos podrían comprarmelo si quisieran y no lo hacían porque no querían. Simplemente. Eran malos, no había otra razón.

Y entonces sucedió un milagro.

Volviendo a casa con mi madre, en el suelo, un billete de 100. De esos marroncitos con un hombre calvo y con gafas que yo entonces ni idea de quién era. Sobre todo porque yo casi nunca tenía un billete, sólo monedas.

Mi madre me concedió el libre albedrío. Me dejaba gastarme los 20 duritos en lo que yo quisiera.

Apuesto a que no adivináis qué me compré. Renuncié a las chucherías y me compré un pegamento azul y rosa. Por la cara de mi madre a ella se le había olvidado que yo podía elegir el pegamento, pero no me dijo que no lo hiciera. Cumplió su promesa.

El final de la historia es que el pegamento me estropeó todas las hojas del cuaderno en las que lo usé, se cuartearon y arrugaron; los colores de los papeles que pegué con él se corrieron y me mancharon el resto de hojas. Tuve que repetir los deberes de varios días en un cuaderno nuevo.

Supongo que mi madre ese día creyó en los castigos divinos. No siempre los finales corren a favor de la pedagogía paterna y las moralejas, también para los adultos hay cosas incomprensibles.

Y yo, mientras repetía todo, aún no entendía cómo podía haber pasado. No comprendí que el pegamento era una basura hasta años después. Y aún recuerdo perfectamente la historia y lo bonito que me parecía el pegamento azul con puntitos rosas, lo mejor que podría pasarme.

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