jueves, 29 de octubre de 2009

Hasta los huevos.


No es la primera vez que estoy tentado de escribir un artículo semejante y desisto.

Unas veces porque los ánimos se serenan, otras por pereza, otras, en fin, porque no tengo ganas de encabronarme.

Pero ya no puedo más.

Van trajeados a diferencia de los otros a los que defienden. Hay que tratarlos con deferencia, puesto que son representantes del pueblo y ostentan cargos y responsabilidades.

Saben nadar y guardar la ropa y no dan puntada sin hilo.

Cuando parecen razonables es porque quieren que nos confiemos. Parecen de los nuestros pero no lo son.

Tiene el alma podrida.

Son más cobardes que los asesinos que, al menos, se arriesgan a pasar años su vida en la cárcel.

Son más ruines que el brazo político de los matarifes porque al menos a estos se les ve el plumero mientras que ello siempre pueden condenar el atentado pero nunca darán un paso más allá.

Se las dan de demócratas cuando son una mierda.

Se las dan de patriotas (en lo suyo) cuando son peores que las hienas.

Justifican lo injustificable con tal de seguir creyendo en su falsa idea de que hay una patria vasca.

Miente, tergiversan y no necesitan robar porque ellos son muy finos.

Pandilla de hipócritas. Algunos se dicen católicos pero le mirarán el DNI a alguien antes de auxiliarle o darle un consuelo.

Tienen y quieren el protagonismo pero harán lo posible porque la viuda o el hijo no hable de más, no vaya a ser que alguno de los suyos le de por pensar y se compadezca.

Se creen elegidos cuando, si entran en la historia, lo harán por el estercolero de ella.

Son ellos. Es su partido. Vomito sobre ustedes y, aunque no me quede contento, al menos me quedo a gusto.

http://www.elpais.com/articulo/espana/Arzalluz/desata/polemica/calificar/Otegi/buen/patriota/elpepunac/20091029elpepinac_9/Tes



miércoles, 21 de octubre de 2009

Three quarks for Muster Mark!


Cuando yo iba al instituto el latín era asignatura obligatoria. Recuerdo que mi profesora nos dijo al inicio de una clase que los griegos tenían una sociedad avanzadísima, que eran los creadores de la democracia tal cual la conocemos y aplicamos hoy en día, que sus métodos arquitectónicos no habían sido superados, y que incluso en el ámbito de la ciencia por más que nos creyésemos haber avanzado los griegos ya habían teorizado de forma correcta incluso sobre la existencia del átomo. En sendas afirmaciones me demostraba su vasta cultura general.

Demócrito teorizó sobre una estructura fundamental, efectivamente. Pensó que cada tipo de materia conocida estaría compuesta de partículas elementales; Definió esas partículas como la mínima porción que se pudiese obtener que mantuviese la “esencia”, las propiedades, de dicho tipo de materia, y lo llamó átomo (indivisible).

Pasemos por alto que pensaba que sólo había cuatro materias esenciales y por tanto cuatro tipos de átomos, y que entre los griegos su teoría de lo indivisible no tuvo mucho éxito y se olvidó hasta que la ciencia avanzó lo suficiente como para saltarse a Aristóteles y sus cuatro elementos, ya en el siglo XIX. Y es que del mismo modo que la democracia y arquitectura actuales se parecen a las griegas más o menos lo que un huevo a una castaña, lo mismo pasa con la teoría de los átomos.

Eso sí, lo que Demócrito llamó átomo es lo que seguimos llamando átomo. Es la mínima porción de una materia que mantiene las propiedades físicas de esa materia. Hay 109 tipos de átomo conocidos entre naturales y artificiales, y por tanto de materiales simples. Combinaciones de átomos (moléculas) son posibles para formar otros tipos de materia con otras propiedades. Su clasificación se observa en la tabla periódica de los elementos.

En lo que fallaron los griegos fue en el nombre del concepto, porque los átomos no son indivisibles. Y los físicos llevan desde los años 30 del XX intentando descubrir de qué se forman los átomos. Aún están en ello, y lo que queda. El acercamiento a la materia se hace con la esperanza de una solución bonita, del tipo encontrar muy pocas partículas diferentes que formen todos los átomos. Pero no sólo no es así, sino que hay tantas que ni siquiera se ha podido crear una tabla estilo la de los elementos, y cada día surgen más partículas diferentes según se mejoran los aparatos de investigación. Pero puedo intentar una explicación simple (y por tanto muy simplificada) que nos acerque al mundo de la estructura de la materia.

Supongo de todos conocido que todo átomo se forma de dos partes: núcleo y corteza. Durante un tiempo se pensó que la materia se componía de tres partículas, neutrones (con masa, sin carga), protones (con masa, con carga positiva) y electrones (con carga negativa, con masa una milésima de las anteriores). ¿Por qué se pensaba eso? Porque los aparatos de medida estaban diseñados para medir carga y masa, y esa es la diferencia entre esos tres tipos de partícula. ¿Y por qué los aparatos estaban diseñados para ello? Pues porque era la física que se conocía. ¿Cómo interactúan los cuerpos entre sí? A nivel macroscópico de dos modos: Por gravedad (masa) y por electromagnetismo (carga). Dos fuerzas de interacción, dos modos de medir.

La primera partícula que evolucionaba la teoría de los dos tipos de interacción diferenciados se llamó fotón. La luz durante el siglo XIX fue considerada una onda, y con la teoría electromagnética se explicaba. Pero no todas sus propiedades entran en ese concepto, para explicar que la luz se curve al acercarse a un planeta hace falta acudir a la gravedad, y por tanto a una masa. La luz debe ser onda y materia, y esa materia es pequeña y sin carga.

Damas y caballeros, aquí viene nuestro amigo Einstein y su E=mc^2. ¿Veis como sí os sonaba?

En los años 30 los físicos empezaron a bombardear átomos con partículas de las conocidas, y de las interacciones salieron distintas partículas con distintas propiedades y tan elementales como las 4 anteriores. Muchas nacen y mueren en la colisión y sólo existen un tiempo infinitesimal, porque surgen de la desintegración de las anteriores y se desintegran rápidamente a su vez liberando energía. Y lo que iba a ser llegar a la belleza de lo perfecto se convirtió en miles de fenómenos subnucleares. Se había abierto la tarta para una nueva física.

Ya en los años 50 la tarta tenía tantas porciones que se había hecho inmanejable. Se dice que Fermi afirmó que si hubiese previsto eso se hubiera dedicado a la botánica. En los años setenta y ochenta se conocían varios cientos de partículas.

¿Hemos avanzado algo? Sí, pero aún queda mucho camino que recorrer. Aún así, voy a intentar, siendo muy osada, resumir de forma muy simplificada cuántas partículas interactúan entre sí para formar la materia conocida y actual.

A nivel atómico existen dos fuerzas más de interacción, la nuclear fuerte y la electrodébil. La interacción débil es la responsable de mantener cohesionado el átomo, y de las relaciones entre átomos y moléculas. Tenemos un tipo de partícula fundamental que es aquella que sólo se ve afectada por la interacción débil. A esas partículas las llamamos Leptones.

Existen seis leptones: el electrón, el muón, el tau y tres neutrinos asociados a cada uno de ellos. Además cada uno tiene su antipartícula. En total 12 leptones. Se diferencian entre sí en su carga, masa, y/o en otras propiedades más complejas.

La interacción nuclear fuerte o fuerzas cromáticas hace que se formen partículas antes consideradas elementales a partir de otras más simples que se mantienen unidas entre sí. Por tanto, estas últimas son partículas fundamentales. A estas partículas las llamamos Quarks.

Se teorizaron primero y se han descubierto experimentalmente después seis tipos de quark: up, down, charm, strange, top y bottom, y sus correspondientes antiquarks. Pero sólo up y down son estables y forman la materia que vemos.

Debido a la interacción nuclear en la naturaleza no se encuentran quarks aislados. Forman otras partículas, los hadrones, uniéndose en grupos de dos (mesones) o tres quarks (bariones), que se sepa hasta ahora. Tanto el protón como el neutrón son bariones.

Y hasta aquí hemos llegado... de momento. No tenemos respuesta a muchísimas preguntas. Por eso los físicos siguen bombardeando partículas con otras partículas en los aceleradores y observando qué hacen las nuevas partículas que resultan. Para ver si se encuentra un aτομον, una partícula indivisible que forme la materia.

Una última curiosidad que he aprendido hoy con la bibliografía del artículo (y es que estas cosas las tengo, por desgracia, muy oxidadas). ¿De dónde procede el nombre de Quark? Pues en el año del Señor de 1963 Gell-Mann había descubierto que el protón estaba formado por tres partículas fundamentales. Haciendo un descanso en sus investigaciones se puso con una lectura ligerita, Finnegans Wake, de James Joyce:

Three quarks for Muster Mark!

Sure he has not got much of a bark

And sure any he has it's all beside the mark.



Quark era como el grito de la gaviota. Pero la frase three quarks encajaba bien con lo descubierto y así nació el término.

¿Cuál es la moraleja de este artículo? Pues que hay personas de letras que no pasan de enseñar latín a adolescentes y que asumen que la ciencia no avanza desde Grecia, y personas de Ciencias que descubren partículas, son mundialmente reconocidas y leen a Joyce, pero lo único seguro es que los de ciencias no tienen cultura general y los de letras sí.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Segunda Guerra Mundial. II: Hitler como estratega


La manera habitual de despachar las habilidades estratégicas de Hitler es considerarlo como un chapucero que hizo todo lo posible para perder la guerra. No está falta de razón la argumentación anterior pero creo que merece cierta atención algunos matices.

En una guerra (y en los preparativos de esta) que determinada estrategia sea buena depende, por supuesto, de las estrategias de los aliados y oponentes. Así que quizá, pueda ser instructivo dar un repaso a las aptitudes de los diversos estadistas que intervinieron en el conflicto.

Si a todos ellos los pusiéramos en una clase instituto y valoráramos su pericia, el papel del tonto le correspondería sin duda a Mussolini. Un país de segunda división, Italia, derrota a uno de tercera, Etiopía. A partir de ahí (incluyendo la paliza que el ejército republicano dio al contingente italiano en Guadalajara) todo son despropósitos y derrotas: invasión de territorio británico en el norte de África, invasión de Grecia y Yugoslavia. Pero hasta el más tonto de la clase tiene un amigo: en este caso Hitler que le saca una y otra vez las castañas del fuego mientras compromete su propia estrategia global. Ni Hitler tenía intención de invadir el África británica (por una razón que comentaré después ) ni el perder un tiempo quizá precioso, de cara a la invasión de la URRSS, en la primavera del 41 en invadir los Balcanes.

La estrategia de los japoneses fue muy motivada por las circunstancias. Una vez que Estados Unidos hizo efectivo el bloqueo petrolífero, a ojos del alto estado mayor nipón sólo había dos opciones: o una muerte lenta o el ataque a Estados Unidos. Fue una jugada, más que arriesgada, desesperada. Y si aceptamos la lógica bélica japonesa, no hay nada que objetar a ella. Para los medios disponibles, el avance japonés en territorio británico y la defensa posterior de lo conquistado fue muy eficaz.

Si Italia era el alumno tonto, Japón era el que hace lo posible por aprobar pero no lo consigue.

¿Y Francia e Inglaterra?

Obviamente, son los alumnos a los que la Primaria (Guerra Mundial) se les dio estupendamente no se prepararon para nada la Secundaria (Guerra Mundial).

Impusieron el Tratado de Versalles que estranguló la economía alemana y radicalizó su política. Pero una vez Hitler en el poder dejaron que incumpliera las cláusulas de contención armamentística, consintieron que el austriaco se merendara sin disparar, armado sólo de su bravuconería, trozos importantes de Europa. Minimizaron el riesgo de guerra. No movieron un dedo por salvar Polonia.

Al menos, los ingleses tenían un ejército moderno pero los franceses ni eso: de nada les sirvió el ingente gasto de la línea Maginot y desconocían un uso eficaz de los blindados.

Estados Unidos fue el alumno aplicado con enorme potencial. Grosso modo la decisión estratégica más importante de la guerra fue decidir dónde hacer el mayor esfuerzo: en Europa o en el Pacífico. Roosevelt se decantó por lo primero y eso pudo acortar la guerra en Europa. Previamente, antes de entrar oficialmente en liza, Roosevelt tomó otra decisión transcendental: el ”alquilar” material bélico a Gran Bretaña lo que le permitió aguantar la embestida germana del año 40 cuando casi todo estaba perdido.

Lo demás, desde mi modesta opinión, es una labor aplicada pero poco imaginativa: producir mucho, cuidar a los soldados y procurar modernizarse.

Al final de la guerra, Truman tuvo que tomar otra decisión que aunque no hubiese cambiado el resultado de la contienda fue importante para las décadas posteriores: el uso de armas atómicas. Pero de ese tema me gustaría tratar en otro artículo.

El caso de la URRS es completamente atípico. Stalin hizo una tremenda purga en el ejército con lo que el ataque alemán de 1941 no pudo tener otro resultado que el catastrófico. A diferencia de Hitler, Stalin tenía alguna capacidad de autocrítica: consiguió ensamblar (a costa en algunos casos de rescatar del gulag a militares que él mismo había mandado allí) un competente cuerpo de oficiales que evitaron la debacle. Otra diferencia respecto a Hitler es que no se creía un sabelotodo y supo delegar. Más que llevar el curso de la guerra lo que hizo fue dejarse aconsejar y, llegado el caso, azuzar la rivalidad entre sus generales. Y, por supuesto, contaba con una inmensa retaguardia llena de fábricas para abastecer y modernizar su ejército.

Llegamos por fin a Hitler.

Si consideramos que fue él quien empezó la guerra y quien acabó perdiéndola, parece temerario considerarle un buen estratega. Pero lo cierto es que hasta el año 41 el conjunto de éxitos es asombroso: logró anexionarse territorios solamente por medios diplomáticos mientras reforzaba su ejército; neutralizó durante unos años a la URRS a cambio de regalarle media Polonia, machacó a Francia y estranguló a Gran Bretaña.

Hay dos críticas habituales que se le suelen hacer a Hitler sobre su actuación en esos años. La primera es que la distribución de recursos a sus ejércitos fue desigual. En general, Hitler se deslumbraba fácilmente por las novedades técnicas. De ahí su entusiasmo por los blindados y los submarinos y, posteriormente, su irracional empeño en obtener “armas milagrosas”.

Lógicamente los presupuestos eran limitados y no pudo desarrollar con la misma efectividad y modernidad todo su ejército: su armada era pequeña, sus cazas decentes pero sus bombarderos terminando siendo anticuados.

No obstante, considero que para su objetivo de guerra corta, los desarrollos eran los adecuados.

La crítica más habitual es la de culpar a Hitler de no haber previsto la invasión de Inglaterra. Lo cierto es que conquistada Francia, ni existía una armada de invasión de las islas británicas ni fuerza aérea aplastante para tener una rápida superioridad aérea.

La crítica es justa pero olvida un detalle: que Hitler no consideraba a Gran Bretaña un enemigo irreconciliable. Él hubiese estado contento con que Gran Bretaña le ofreciese una paz honorable y le dejara las manos libres con la URRS. En su imaginario, el continente europeo debía ser germánico pero el Imperio Británico debía encargarse de mantener el orden del extrarradio.

Resulta espeluznante imaginar qué hubiese ocurrido si en el año 40 Gran Bretaña hubiese pedido la paz. Alemania hubiese tenido las manos libres para la URRS y Estados Unidos ninguna excusa para invadir el continente desde Inglaterra.

La invasión de la URRS fue (como siempre) optimistamente planificada y ese fue el principio del fin. Llegó el invierno del 41: los alemanes tenían a vista de prismático Moscú pero los soviéticos contraatacaban. El estado mayor alemán sugirió una retirada. Hitler, temiendo que esa retirada fuese un desastre de magnitud napoleónica, ordenó aguantar pasase lo que pasase.

Y acertó.

Quizá fue su gran éxito estratégico y, sin embargo, el germen de todas las calamidades posteriores. Porque, para empezar, el acomplejado cabo desconfió todavía más de los orgullosos junkers prusianos por lo que las opiniones de los militares de postín empezaron cada vez a ser menos tenidas en cuenta y estos fueron sustituidos por una camarilla de lameculos. En segundo lugar, Hitler se creyó infalible: si había acertado con la estrategia correcta en el 41, lo haría siempre. Y esta estrategia, básicamente, era no ceder ningún terreno.

El germen de la derrota de Stalingrado fue el éxito de la no retirada de Moscú.

Otros errores fueron, curiosamente, fruto de una virtud de la que raramente hizo gala Htiler: amistad y mantener su palabra.

Amistad con Mussolini que le llevó a tener que intentar arreglas las torpezas de este, obligándole a abrir frentes innecesarios.

Mantener su palabra a los japoneses lo que le hizo declarar la guerra a Estados Unidos con el que, al menos nominalmente, no tenía ninguna querella.

Del final de la guerra mejor no hablar. Dice mucho del soldado alemán que a pesar de los despropósitos de su máximo líder, la guerra durase lo que duró.

Sí, Hitler fue un mal estratega. Pero ni mucho menos estuvo por debajo, en incompetencia, engreimiento o falta de sentido de la realidad, que algunos de sus rivales o aliados.