jueves, 20 de agosto de 2009

Arriba, muy arriba


Nunca he escrito una crítica cinematográfica, no sé hacerlo. Para criticar algo debes entenderlo y apreciarlo en sus matices y no es mi caso. Así que esto no trata de ser una crítica cinematográfica. Es tan sólo una expresión de sentimientos.

UP tiene por protagonista a un hombre que vuela con su casa tirada por un montón de globos de helio, y a pesar de ello es una película para adultos. Digamos que Pixar debe hacer una concesión a su público base, y probablemente para no quemar todas las naves o por exigencias comerciales debe meter un perro gracioso y un niño simpático. Pero la sensación que da es que los guionistas pretenden pasar por esas partes de puntillas.

UP es un drama melancólico y triste y esto es un matiz que tampoco intentan soslayar. De principio a fin los dos protagonistas conservan sus penas. Aún así por lo que lloras viendo UP es por emoción y no por tristeza.

UP tiene 15 minutos iniciales que rozan la perfección. Si hacemos caso a Shaw en que las obras de arte son buenas si te gustan y malas si no, entonces para mí son una obra maestra del cine.

UP es un paso más de la Pixar en su camino hacia la innovación y la animación no convencional. Es una apuesta arriesgadísima que cualquier comercial rechazaría de plano. Es la diferenciación con sus rivales, que una vez osaron intentar ridiculizarles por temática e igualarles por tecnología. Han perdido la batalla en ambos frentes. Pixar está muy por encima, Up, UP.

UP, como ya apuntaba brevemente Ratatuille y logró durante media película Wall-e, marca una evolución en el cine de animación para dejar de ser cine para llevar a los niños y pasar a ser cine a secas y con mayúsculas. Disney ha marcado dos épocas, la primera fue "los dibujos animados pueden verse en el cine" con Blancanieves y demás clásicos; la segunda fue "Las películas de animación pueden equipararse a las películas reales en cuanto a guión y profundidad" a partir de La Bella y la Bestia durante unas cuantas películas. Ahora con Pixar ha dado el tercer paso en un muy buen camino. Y es que parece que Walt en su cuaderno, tras sus bocetos, dejó una hoja escrita a mano que decía: "Cosas que voy a hacer". Y su compañía está rellenando las páginas siguientes de un modo magistral.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Hasta las narices


Parece que este gobierno se plantea por fin la prohibición total de fumar en lugares públicos. Espero que no me suponga otra decepción como cuando prohibió pero no prohibió hacerlo en bares.

Y otra vez los llamados defensores de los derechos de los fumadores empiezan su campaña. Sus ideas retrógradas, su demagogia y, sobre todo, su apestoso humo.

Para empezar, desmontemos su primera mentira. No existe ningún derecho específico de los fumadores. Una persona no tiene derechos ni deberes especiales por ser fumadora como no lo tiene por ser socio del Atleti, lector de novela negra o jardinero vocacional.

Así que el derecho a la libertad que ellos arguyen es la misma libertad que afortunadamente, tenemos todos en España: la de poder hacer lo que nos plazca siempre que no molestemos al vecino. Por ejemplo, atufándole los pulmones con productos cancerígenos.


Cualquier fumador tiene derecho a fumar tranquilamente en su casa hasta que su organismo reviente (y eso ya sería discutible teniendo niños cerca).


Pero, por favor, señor fumador, no me llene de humo y, sobre todo, no me haga creer que molestarme con sus emanaciones tóxicas forma parte de un derecho.

¿Le agradaría que yo interrumpiese su tertulia en su bar favorito con un concierto de trombón?

Yo también ejercería un presunto derecho de contaminación (acústica) de mis vecinos.


Mire, señor fumador: tolerantes somos los que no fumamos, que nos tragamos los efluvios que echa por nariz y boca, que hacemos como si no nos diéramos cuenta de su drogadicción y no le marginamos. Que miramos a otro lado cuando tira las colillas al suelo, cuando olemos su aliento y besamos sus labios.


Y, de remate, los hosteleros que también opinan.

Pobrecitos ellos, a los que la prohibición les va a llevar a la ruina. Lo que sería un caso único en toda Europa donde estando prohibido fumar los bares y restaurantes se siguen llenando.

Esos mismos hosteleros que consiguen que Murcia sea más caro que Berlín. Que sólo a regañadientes, cuando la crisis de verdad, no la del humo del tabaco, ha llegado han tenido que poner menús en sus restaurantes y nos hemos dado cuenta que donde antes cobraban 25 euros ahora se puede comer por la mitad.


Y, según ellos, esta campaña de limpieza de humos se debe a presiones de algunas multinacionales. Supongo que lo que quieren decir es que ellos se ven obligados a dejar de fumar en sus cuchitriles con cáscaras en el suelo porque en los sitios que se llenan no les hace falta dejar pasar a fumadores y por eso lo prohíben totalmente.


Hasta las narices me tienen, hasta las narices.


domingo, 2 de agosto de 2009

El horror, siempre el horror....


Ayer tuve una experiencia traumática. Y eso que no fue completa.

Para colmo, cometí un delito. O eso dicen, aunque es mentira. Y gorda.

En resumen: vi en plan pirata unos quince minutos seguidos, y algunos más de picoteo, del gran último éxito del cine español: Mentiras y gordas.

Que la película era un bodrio podía figurármelo por las críticas que leí en su momento y por el careto de los directores. Ya hace años tuve la osadía (esa sí me la tragué entera) de ver una de sus películas por la tele: Atómica. Es un misterio para mí como después de aquello a esos señores les han dejado seguir trabajando en el cine pero aquí los tenemos, convertidos en los reyes de la taquilla.

La razón de ser de esta película es que a las cadenas privadas de televisión les parece más rentable gastar su obligatoria por ley aportación al cine español en productos donde incluyan a sus estrellas que en auténticos producciones cinematográficas: sí, esas en las que se requiere actores, guionistas, fotógrafos y directores.

La fórmula es simple como la del agua: se eligen a actores televisivos muy jóvenes, se les desnuda y se les pone a fornicar en todas las posibilidades combinatorias posibles. Ni siquiera en bonito plan romántico sino en sitios cutres, preferiblemente llenos de meados y vómitos y con un frenesí más propio de la cópula de algunas especies de insectos que de seres humanos.


Como para inventarse gags resulta que hay que usar el cerebro y Mariano Ozores ya está muy mayor el hombre para echar una mano, mejor plagiamos el argumento, solo que a lo bruto, de Historias del Kronen y hacemos que los protagonistas se droguen hasta con azúcar glas.

Así, de paso, podemos rematar la película con un mensaje del tipo “Drogarse es malo” aunque más parece que la película lo que pretende transmitir es la frase del chiste de Gila “Me han matado un hijo pero lo que nos hemos podido reír” travestida en este caso en “Se mueren uno o dos de los amigos de sobredosis pero lo que hemos podido follar….”

Mención aparte merece el hecho de que los jóvenes aparezcan descontextualizados: no tienen ni padres ni sabemos de dónde sacan el dinero para meterse de todo.

Pero eso, claro, es suponer que existe un guión. Que debe existir porque lo firma nuestra ministra de Cultura. Pero se les olvidó rodarlo.

De la labor de dirección, no hablo porque no es de caballeros insultar sin posibilidad de que te respondan.

De los actores, decir que todos ellos están horripilantes.

Dicen algunos comentarios que sólo se salva de la película Ana Polvorosa, la que hace de Lorena en la serie Aída. Yo ni a ella la salvaría y eso que es la serie su interpretación es buena. De hecho, allá por el minuto 30, perpetra la peor escena de la película. No pienso poner el texto del seudoguión porque me da vergüenza escribir ciertas palabras (yo soy de otra generación, desde luego) pero lo que es digno de verse es la interpretación de esas frases en, por supuesto, una escena de sexo.

Por cierto que Ana Polvorosa coprotagoniza una de las escenas más delirantes de la película cuando, como la cosa más natural del mundo, conoce a otra chica, se meten en el baño y, mientras una de ellas hace sus necesidades, se drogan un poquito. Que, como todo el mundo sabe, es la manera habitual de hacer conocidos.

Y no sigo. No porque no podría seguir, sino porque pierdo el tren. Donde, espero, me pongan una película con guión e intérpretes. Aunque no les vea usar sus agujeros para meterse carne ajena y droga. Ñoño que soy, vamos.