domingo, 6 de febrero de 2011

El Marqués de Salamanca


Ilustrísimo Señor del Bosque,

Vaya por delante mi enhorabuena por la última distinción alcanzada por usted, honorífica sin lugar a dudas pero no por ello exenta de significado. Dice la tradición que los reyes otorgan este título a las personas que se distinguían por haber colaborado en la defensa de las marcas, es decir, de las fronteras del reino. Pues de ahí el Marqués era el señor que, teniendo tierras en la zona fronteriza, luchaba en la guerra en primera linea por defenderlas de los ataques enemigos. Así que hoy en día, momento en el que afortunadamente nuestro país no libra otras batallas que las deportivas, el título está escogido con brillantez y no al azar. Una demostración más de que el otorgante, es decir, el Rey, tiene mucha más cabeza y sentido del que muchos quieren reconocerle. Cosa que por otra parte ya demostró sobradamente en la transición. En cualquier caso, en su cargo en parte está el ganárselo cada día, y sus detractores jamás repararán en detalles como éste.


Me desvío. Le he escuchado decir, con su habitual modestia, que opinaba que el título debía ser un reconocimiento colectivo al trabajo de la selección. Discúlpeme pero en ese punto debo contradecirle. El marquesado se le concede al señor de los ejércitos, al director del éxito. Del mismo modo que en el pasado se otorgaba al capitán valiente que defiende la muralla el día frío, no al soldado raso que hacía el trabajo sucio. Tampoco al anterior general, que tal vez puso la primera piedra dejando fuera a Raúl y trayendo medio Pep-Team pero que no tuvo el coraje de afrontar la continuidad, ni la gallardía de defender a Busquets (permítaseme el símil, quería decir que no fue el que estuvo con el ejército en las batallas decisivas de la Gran Guerra por orgullo y autocomplacencia) por más que luego quisiera otorgarse los méritos.

Una persona como usted, que no acostumbra a defenderse de los ataques dialécticos, que no deja aflorar su ira, que ni siquiera mostró enfado ni descontento cuando ese millonario venido a más le hizo el tremendo desplante de despedirle por feo, nunca reconocerá estos extremos. Permítame que, humildemente, lo haga por usted, con el único derecho que me otorga el sentirme orgullosa de un paisano por mostrar cómo somos en nuestra tierra, o cómo deberíamos ser: fríos, secos, trabajadores callados, humildes, sosos, feos, pero batalladores silenciosos, duros y sinceros. Me imagino que aquél rico burgués sin más mérito que su arrogante cantidad de dinero debe estar tirándose de los pelos: Un club que presume de señor como el Madrid despreció a un marquesable (¡con lo que viste eso!) porque prefiere un estilo chulopiscinas que impera ahora. Con su pan se lo coman, pienso yo. Apuesto a que usted se lo toma con otra calma y flema. También por eso lo admiro.

El más conocido Marqués de Salamanca, que da nombre a un barrio de Madrid de solera y posición, no nació allí, sino en Málaga. No vivió en el distinguido barrio que fundase, sino en el modesto Carabanchel. Le fue concedido el título por su aportación en obras públicas, y murió pobre y no tan reconocido como otros de su alcurnia. La Historia es la que le recuerda. Creo que esta lección usted, persona cabal, modesta, siempre tratando de situarse en segundo plano, ya la conoce bien, pero muchos deberíamos apuntárnosla.

No le queda grande el título, ilustrísimo señor, pero no se lo llamaré más. A usted no le gustaría.

Mis respetos, admiración y enhorabuena


Condesa de la Fere (pero sólo por matrimonio, y ni eso. Los títulos que valen son los que se gana uno, sea rey, marqués o villano).

miércoles, 26 de enero de 2011

Necesito amor


No quiero alguien que me necesite.

No quiero alguien que no pueda vivir sin mí, que no tenga capacidad por sí mismo. No quiero alguien al que no le importe lo que yo haga o lo que yo soy, porque haga lo que haga eso no variará lo que siente. No quiero ser una droga para nadie, no quiero ser el chute diario a toda costa.

No quiero un perro faldero. No quiero alguien que sea fiel ante todo. No quiero alguien al que poder olvidarme de sacar a la calle, no quiero acordarme porque venga lloroso a mis pies a suplicar su árbol diario. No quiero alguien al que apalee y sumiso pase a hacer lo que yo quiera.

No quiero alguien que responda a mis exigencias. No quiero alguien que con tal de no perderme, del miedo a estar sin mí, esté dispuesto a perder todo lo demás. No quiero alguien que vea la vida a través de mis ojos para asegurarse de que así me conservará.

Peor aún. No quiero alguien que me necesite pero piense que no es así. No quiero alguien que se apoye en mí continuamente, pero que no se dé cuenta. No quiero alguien que se sienta independiente pero ni recoja las cartas del buzón ni se preocupe de buscar mi compañía. No quiero alguien que no me reconozca.

Quiero alguien que tenga su vida, que busque un complemento y me ponga en ella. Quiero alguien que distinga lo que hago en cada momento y lo que soy, y que le guste lo que distingue cada día más. Quiero alguien que me paladee como a un buen vino, disfrutándolo, sabiendo que querrá otra copa inmediatamente tras terminar esta, que el día que no haya buen vino odiará la cerveza, pero que vivirá con ella y su amargor.

Siempre preferí a los gatos. Que no están cada vez que quieres. Que no te requieren hasta para orinar. Que salen por los tejados y vuelven a casa porque es donde están a gusto, que eligen. Que no aceptan una orden incoherente. Que pueden estar horas recibiendo caricias y horas ronroneándote en las rodillas, acompañándote en la lectura. Y que lo hacen porque quieren.

Quiero alguien que sea una persona. Que tenga sus necesidades y las exprese. Que esté dispuesto a todo por mí, salvo a perder su identidad. Quiero que vea la vida con sus propios ojos, y que su mirada se dirija a mí casi siempre, porque es donde quiere mirar.

Mejor aún. Quiero alguien que comparta obligaciones y deberes, que busque mi apoyo y que me apoye. Quiero alguien que sea responsable de la relación tanto como yo. Para lo bueno y para lo malo.

No quiero alguien que me necesite. Quiero alguien que me quiera.

Ahora mismo soy afortunada.

Recuerda que la mejor relación es aquella en la que el amor por cada uno excede la necesidad por el otro.
Dalai Lama