miércoles, 7 de octubre de 2009

Segunda Guerra Mundial. II: Hitler como estratega


La manera habitual de despachar las habilidades estratégicas de Hitler es considerarlo como un chapucero que hizo todo lo posible para perder la guerra. No está falta de razón la argumentación anterior pero creo que merece cierta atención algunos matices.

En una guerra (y en los preparativos de esta) que determinada estrategia sea buena depende, por supuesto, de las estrategias de los aliados y oponentes. Así que quizá, pueda ser instructivo dar un repaso a las aptitudes de los diversos estadistas que intervinieron en el conflicto.

Si a todos ellos los pusiéramos en una clase instituto y valoráramos su pericia, el papel del tonto le correspondería sin duda a Mussolini. Un país de segunda división, Italia, derrota a uno de tercera, Etiopía. A partir de ahí (incluyendo la paliza que el ejército republicano dio al contingente italiano en Guadalajara) todo son despropósitos y derrotas: invasión de territorio británico en el norte de África, invasión de Grecia y Yugoslavia. Pero hasta el más tonto de la clase tiene un amigo: en este caso Hitler que le saca una y otra vez las castañas del fuego mientras compromete su propia estrategia global. Ni Hitler tenía intención de invadir el África británica (por una razón que comentaré después ) ni el perder un tiempo quizá precioso, de cara a la invasión de la URRSS, en la primavera del 41 en invadir los Balcanes.

La estrategia de los japoneses fue muy motivada por las circunstancias. Una vez que Estados Unidos hizo efectivo el bloqueo petrolífero, a ojos del alto estado mayor nipón sólo había dos opciones: o una muerte lenta o el ataque a Estados Unidos. Fue una jugada, más que arriesgada, desesperada. Y si aceptamos la lógica bélica japonesa, no hay nada que objetar a ella. Para los medios disponibles, el avance japonés en territorio británico y la defensa posterior de lo conquistado fue muy eficaz.

Si Italia era el alumno tonto, Japón era el que hace lo posible por aprobar pero no lo consigue.

¿Y Francia e Inglaterra?

Obviamente, son los alumnos a los que la Primaria (Guerra Mundial) se les dio estupendamente no se prepararon para nada la Secundaria (Guerra Mundial).

Impusieron el Tratado de Versalles que estranguló la economía alemana y radicalizó su política. Pero una vez Hitler en el poder dejaron que incumpliera las cláusulas de contención armamentística, consintieron que el austriaco se merendara sin disparar, armado sólo de su bravuconería, trozos importantes de Europa. Minimizaron el riesgo de guerra. No movieron un dedo por salvar Polonia.

Al menos, los ingleses tenían un ejército moderno pero los franceses ni eso: de nada les sirvió el ingente gasto de la línea Maginot y desconocían un uso eficaz de los blindados.

Estados Unidos fue el alumno aplicado con enorme potencial. Grosso modo la decisión estratégica más importante de la guerra fue decidir dónde hacer el mayor esfuerzo: en Europa o en el Pacífico. Roosevelt se decantó por lo primero y eso pudo acortar la guerra en Europa. Previamente, antes de entrar oficialmente en liza, Roosevelt tomó otra decisión transcendental: el ”alquilar” material bélico a Gran Bretaña lo que le permitió aguantar la embestida germana del año 40 cuando casi todo estaba perdido.

Lo demás, desde mi modesta opinión, es una labor aplicada pero poco imaginativa: producir mucho, cuidar a los soldados y procurar modernizarse.

Al final de la guerra, Truman tuvo que tomar otra decisión que aunque no hubiese cambiado el resultado de la contienda fue importante para las décadas posteriores: el uso de armas atómicas. Pero de ese tema me gustaría tratar en otro artículo.

El caso de la URRS es completamente atípico. Stalin hizo una tremenda purga en el ejército con lo que el ataque alemán de 1941 no pudo tener otro resultado que el catastrófico. A diferencia de Hitler, Stalin tenía alguna capacidad de autocrítica: consiguió ensamblar (a costa en algunos casos de rescatar del gulag a militares que él mismo había mandado allí) un competente cuerpo de oficiales que evitaron la debacle. Otra diferencia respecto a Hitler es que no se creía un sabelotodo y supo delegar. Más que llevar el curso de la guerra lo que hizo fue dejarse aconsejar y, llegado el caso, azuzar la rivalidad entre sus generales. Y, por supuesto, contaba con una inmensa retaguardia llena de fábricas para abastecer y modernizar su ejército.

Llegamos por fin a Hitler.

Si consideramos que fue él quien empezó la guerra y quien acabó perdiéndola, parece temerario considerarle un buen estratega. Pero lo cierto es que hasta el año 41 el conjunto de éxitos es asombroso: logró anexionarse territorios solamente por medios diplomáticos mientras reforzaba su ejército; neutralizó durante unos años a la URRS a cambio de regalarle media Polonia, machacó a Francia y estranguló a Gran Bretaña.

Hay dos críticas habituales que se le suelen hacer a Hitler sobre su actuación en esos años. La primera es que la distribución de recursos a sus ejércitos fue desigual. En general, Hitler se deslumbraba fácilmente por las novedades técnicas. De ahí su entusiasmo por los blindados y los submarinos y, posteriormente, su irracional empeño en obtener “armas milagrosas”.

Lógicamente los presupuestos eran limitados y no pudo desarrollar con la misma efectividad y modernidad todo su ejército: su armada era pequeña, sus cazas decentes pero sus bombarderos terminando siendo anticuados.

No obstante, considero que para su objetivo de guerra corta, los desarrollos eran los adecuados.

La crítica más habitual es la de culpar a Hitler de no haber previsto la invasión de Inglaterra. Lo cierto es que conquistada Francia, ni existía una armada de invasión de las islas británicas ni fuerza aérea aplastante para tener una rápida superioridad aérea.

La crítica es justa pero olvida un detalle: que Hitler no consideraba a Gran Bretaña un enemigo irreconciliable. Él hubiese estado contento con que Gran Bretaña le ofreciese una paz honorable y le dejara las manos libres con la URRS. En su imaginario, el continente europeo debía ser germánico pero el Imperio Británico debía encargarse de mantener el orden del extrarradio.

Resulta espeluznante imaginar qué hubiese ocurrido si en el año 40 Gran Bretaña hubiese pedido la paz. Alemania hubiese tenido las manos libres para la URRS y Estados Unidos ninguna excusa para invadir el continente desde Inglaterra.

La invasión de la URRS fue (como siempre) optimistamente planificada y ese fue el principio del fin. Llegó el invierno del 41: los alemanes tenían a vista de prismático Moscú pero los soviéticos contraatacaban. El estado mayor alemán sugirió una retirada. Hitler, temiendo que esa retirada fuese un desastre de magnitud napoleónica, ordenó aguantar pasase lo que pasase.

Y acertó.

Quizá fue su gran éxito estratégico y, sin embargo, el germen de todas las calamidades posteriores. Porque, para empezar, el acomplejado cabo desconfió todavía más de los orgullosos junkers prusianos por lo que las opiniones de los militares de postín empezaron cada vez a ser menos tenidas en cuenta y estos fueron sustituidos por una camarilla de lameculos. En segundo lugar, Hitler se creyó infalible: si había acertado con la estrategia correcta en el 41, lo haría siempre. Y esta estrategia, básicamente, era no ceder ningún terreno.

El germen de la derrota de Stalingrado fue el éxito de la no retirada de Moscú.

Otros errores fueron, curiosamente, fruto de una virtud de la que raramente hizo gala Htiler: amistad y mantener su palabra.

Amistad con Mussolini que le llevó a tener que intentar arreglas las torpezas de este, obligándole a abrir frentes innecesarios.

Mantener su palabra a los japoneses lo que le hizo declarar la guerra a Estados Unidos con el que, al menos nominalmente, no tenía ninguna querella.

Del final de la guerra mejor no hablar. Dice mucho del soldado alemán que a pesar de los despropósitos de su máximo líder, la guerra durase lo que duró.

Sí, Hitler fue un mal estratega. Pero ni mucho menos estuvo por debajo, en incompetencia, engreimiento o falta de sentido de la realidad, que algunos de sus rivales o aliados.

1 comentario:

  1. Dominas el tema mucho mejor que yo por lo que me queda más aprender que otra cosa. Pero tu artículo me ratifica en una idea que tenía, que es que El Error de Hitler, más que de estrategia o de nada, fue de prepotencia. Se creía lo más en todos los campos.

    Tú afirmas que los dos fallos que comente son por hacer dos cosas que no suele, respetar un pacto y tener un amigo. Yo añado que, si te fijas, ambos errores concluyen en intentar anexionarse más territorio y expandirse más. Es decir, que Hitler podía tener un plan de expansión inicial que incluyese hasta X, pero en cuanto veía la más mínima posibilidad aumentaba ese X, ya fuera incumpliendo su palabra, ya fuera con la excusa de cumplirla. Según le apeteciese, pero siempre terminaba en lo mismo.

    Esta teoría me da que pensar que efectivamente Hitler jamás se hubiese saciado, como dicen algunos hubiese terminado intentando conquistar el mundo. No me importa si ese era su objetivo inicial o no.

    Estoy leyendo un muy buen libro que me regalaron por mi cumpleaños. Trata del desarrollo nuclear, que por supuesto sucedió durante y a causa de la Segunda Guerra Mundial por lo que se mete en estos asuntos, aunque no sea el objetivo del libro. Cuando lo termine podré hablar con más conocimiento, supongo que para otro artículo que dices que vas a escribir. Pero la conclusión es la misma, la carrera la pierden de nuevo tan solo por prepotencia.

    En otro orden de cosas, me encanta cómo has escrito el artículo :)

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