viernes, 10 de abril de 2009

Derechos que son deberes (Arancha Quiroga)


Es habitual el discurso del abuelo cascarrabias recordando que en sus tiempos todo eran deberes y que ahora, que casi todo parecen derechos, nadie asume responsabilidad sobre nada. Independientemente de la veracidad del desahogo, que seguro desde Séneca se viene sucediendo generación tras generación, mi reflexión va por otro lado, quizá paralelo al anterior.
La mayoría de los derechos, quizá duramente adquiridos, una vez ejercidos llevan adjuntos una carga de deberes. Y ahí es donde muchas veces fallan los que ejercen esos derechos: en la incapacidad de ver más allá, de no saber que nada es gratis, que lo que uno disfruta debe ser a costa de pérdidas en otros aspectos.
Arantza Quiroga ha sido elegida presidenta del parlamento vasco. Estaba en su derecho: el pueblo la ha votado para diputada y varios partidos han apoyado su candidatura para presidir el órgano legislativo de esa autonomía. Pero ocurre que Quiroga no sabe hablar vasco.
Es decir, la señora Quiroga presidirá un parlamento en que sus diputados tienen perfecto derecho a expresarse en vasco pero ella será incapaz de entenderlos. Quizá sea esa la mejor opción: no entender lo que muchos políticos dicen, pero parece, en cualquier caso, una carencia importante en el currículo de la presidenta.
Diciéndolo de una manera más demagógica (de la forma que a Milady tan poco le gusta) la presidenta del parlamento vasco tiene una carencia educativa que, sin embargo, en esa comunidad se le exige a los graduados de Educación Secundaria.
No seré yo la que le niegue el derecho a Quiroga a no hablar vasco (aunque su peripecia vital no le habría impedido aprenderlo) pero creo que ciertos cargos requieren ciertos deberes.
Aunque, si son políticos, parece que sólo tienen derechos. Por ejemplo, el de no entender a sus conciudadanos cuando ejercen su derecho a hablar en la lengua de la comunidad. O el de no escucharles, que es lo que hace la mayoría.

4 comentarios:

  1. En un parlamento en el que gobernará un gobierno democrático elegido según las reglas democráticas, y en el cual el primer resultado de este hecho es una amenaza de muerte a dicho nuevo gobierno, las discusiones sobre lenguas que fomentan los mismos que realizan dichas amenazas me parecen cuando menos poco importantes. Eso siendo muy amable.

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  2. Desde luego es poco importante comparativamenté aunque el tema de mi artículo no iba por ahí.
    Me deja algo perplejo su comentario, Milady. Mi tono creo que era más ligero.

    No minimizo la amenaza que supone ser miembro de un gobiero, parlamentario, concejal o simplemente militante de un partido no afín a la línea de los terroristas.
    Ni siquiera minimizo el asco que me produce los comentarios de los que tras estas elecciones dejarán de gobernar, los de los partidos que recogen las nueces.
    Pero, le puedo asegurar que la primera noticia que tuve del hecho de que Quiroga no hablase el vacuence la tuve por un comentario de un periódico poco afín a las tesis nacionalistas o independentistas.
    Por cierto, había otra candidata del PP a presidir el parlamento vasco y esta si sabía vascuence. Por la razón que fuera se prefirió a Quiroga y de ahí mi comentario.

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  3. Mi comentario quería decir que creo que sacar el tema del idioma, seas tú o sea un periódico afín o no, es tomarse las cosas con normalidad democrática en un lugar donde no lo son.

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  4. Me había propuesto no contestar a su segundo comentario. No por ignorarlo sino por cortesía: prefiero ser yo el que le ceda la última palabra.
    Sin embargo, pasan los días y sigo teniendo malestar por la interpretación de mi artículo.
    Yo trataba de hacer ver (y eso podrá comprobarlo en futuras entregas) que todo derecho suele llevar aparejado algunos deberes. Que si aceptamos el derecho no podemos escaquearnos de los deberes.
    Me temo que mi primer ejemplo, que yo no creía demasiado politizado, ha sido desafortunado.
    La crítica hacia la señora Quiroga se centraba exclusivamente al hecho de que ejerciendo un cargo en una institución donde el vascuence puede usarse como lengua propia, ella no lo conociera. Hubiese sido la misma crítica si Quiroga presidiese el parlamento catalán, por ejemplo.
    Lamentablemente, obvié que en el País Vasco la situación está demasiado alejada de la normalidad y que mi artículo pudiera interpretarse como no querer mirar hacia esa situación.
    No es esa mi opinión, claro. Usted la conoce y mi estómago no me engaña cada vez que oigo hablar a ciertos dirigentes nacionalistas (ellos sí que no necesitan escolta pues pueden pasear su inmundicia tranquilamente por las calles que les están vedados a otros).
    Cometí el peor error que puede cometer alguien que trabaja en lo que yo: no hacerse entender.
    El segundo error fue que el de generalizar absurdamente. Curiosamente yo, más que usted, soy de los que opinan que no todos los políticos son iguales. Y, sin embargo, cuando leo el último párrafo de mi artículo observo que me dejé llevar por el riesgo de la frase fácil al escribir “Aunque, si son políticos, a veces parece que sólo tienen derechos”.
    A la señora Quiroga, que puede o no ser competente en su nuevo cargo, no se le reconoce un derecho fundamental: el derecho a la vida. Yo juzgaba su valía y olvidaba lo importante. Mis disculpas.

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